lunes, 11 de agosto de 2008

Violencia Familiar

VIOLENCIA FAMILIAR, CONSUMO DE SUSTANCIAS Y RESOLUCIÓN DE CONFLICTOS

EN 2934 FAMILIAS DE LA CIUDAD DE HUANCAYO, PERÚ

Arístides Vara Horna

Asociación por la Defensa de las Minorías (ADM)

Resumen

Objetivo: Medir la prevalencia e incidencia del consumo de alcohol y tabaco en la familia, la violencia conyugal, el castigo hacia los hijos y la violencia entre los hijos. Asimismo, determinar la importancia de algunos predictores en la dinámica de la violencia en el hogar.

Procedimiento: Se utilizó una versión modificada de las Escalas de Tácticas para los Conflictos (CTS2), en 2934 estudiantes de secundaria de dos colegios en Huancayo.

Resultados: (1) Evidencias sólidas de validez y confiabilidad del instrumento. (2) El 30.8% de los padres y el 31.2% de las madres agredió psicológicamente a sus parejas, al menos una vez en los últimos seis meses, siendo las madres quienes repitieron más los ataques. (3) El 12.1% de los padres y el 11.6% de las madres ha atacado físicamente a sus cónyuges, al menos una vez en los últimos seis meses. Las madres repitieron los ataques físicos con mayor frecuencia. (4) El 3.8% de los padres y el 5.5% de las madres sufrió daño físico debido a una pelea que tuvieron con sus parejas. (5) El 78.1% de los padres y el 90.4% de las madres castigó psicológicamente a sus hijos, al menos una vez en los últimos seis meses. (6) El 44.7% de los padres y el 58.6% de las madres castigó físicamente a sus hijos, al menos una vez en los últimos seis meses. (7) El 49.5% de escolares ha insultado, amenazado o golpeado a algún familiar suyo en los últimos seis meses. Existe un mayor porcentaje de mujeres que ha atacado con mayor frecuencia e incidencia a algún familiar suyo. (8) El 43.1% de escolares ha insultado, amenazado o golpeado a alguien que no era familiar suyo en los últimos seis meses. Existe un mayor porcentaje de hombres que ha atacado a alguien que no era familiar suyo.

Conclusiones: La violencia conyugal es una consecuencia de responsabilidad compartida, es decir, hombres y mujeres se agreden en proporciones similares. Los predictores de la violencia en el hogar son: madre que trabaja fuera del hogar, padre desempleado, bajo nivel educativo del padre, alto nivel educativo de la madre. Si el padre es el único proveedor económico, a la vez que tiene mayor nivel educativo que la madre, la violencia y el consumo de sustancias psicoactivas en el hogar es significativamente menor.

I. APROXIMACIÓN TEÓRICA AL ESTUDIO DE LA VIOLENCIA FAMILIAR Y DE LA PAREJA

1.1 Conflictos y violencia familiar

Las personas tienen mayores probabilidades de ser asesinadas, atacadas físicamente, golpeadas, insultadas o denigradas por cualquier miembro de la familia dentro de sus hogares que por un desconocido fuera de ella (Gelles, 1997). Probablemente resulte difícil ver a la familia como la institución más violenta dentro de la sociedad. Quizá porque se considera la vida familiar como un ambiente cálido que brinda intimidad, seguridad y descanso. En muchos casos es así, pero ello se debe a que los conflictos surgidos se resolvieron de forma satisfactoria.

Los conflictos familiares son producto de la convivencia social. En tal sentido, podría hablarse de la inevitabilidad de los conflictos, en los cuales se pone de manifiesto la diferencia de intereses, deseos y valores de sus miembros (Straus y Gelles, 1986).

La familia atraviesa por diferentes etapas de desarrollo, las cuales favorecen la aparición de episodios sucesivos de conflicto. Por ello, el centro del problema no será evitarlos, sino establecer el método más adecuado para resolverlos. Aun cuando el conflicto es una parte inevitable de todas las relaciones humanas, la violencia no lo es (Adams, 1965; Coser, 1956; Dahrendorf, 1959; Scanzoni, 1972; Simmel, 1955; Straus, 1979). Son claras las diferencias de un conflicto resuelto mediante la puesta en juego de conocimientos, aptitudes y habilidades comunicativas y, otro solucionado mediante la utilización de la violencia en cualquiera de sus formas (física, sexual o psicológica).

Es necesario distinguir entre dos conceptos actualmente muy confundidos: conflicto y violencia.

Conflicto familiar: Es un episodio que aparece frente a las situaciones familiares nuevas (nacimiento de los hijos, ingreso de los hijos al colegio, cambio de empleo, enfermedad, etc.), obligando a sus miembros a usar destrezas y habilidades para adaptarse a ellas.

Violencia familiar: Se refiere a todos los actos abusivos que tienen lugar en las relaciones cotidianas entre los miembros de la familia. Para hablar de violencia familiar la situación de maltrato debe ser crónica y cíclica, suponiendo daño o intención de daño a cualquiera de sus miembros.

Entonces, un conflicto familiar es, hasta cierto punto, una situación deseable al permitir el desarrollo de habilidades psicosociales en los miembros de la familia, habilidades necesarias para resolver situaciones difíciles en el futuro. Por el contrario, en la situación violenta no hay un empleo de tácticas de negociación y comunicación, sino ataques abusivos de todo tipo.

Ha sido difícil, teórica y empíricamente, describir el desarrollo diferenciado del conflicto familiar y la violencia familiar. Gelles y Straus (1979) identificaron las características propias de la familia que la convierten en una institución violenta. Sin embargo, Straus & Hotaling (1979), señalaron esas mismas características como el origen de su naturaleza calurosa, favorable y creadora de un ambiente íntimo y productivo. Por ejemplo, los conflictos familiares de origen sociodemográfico (desempleo, hacinamiento, bajo nivel educativo, etc.) pueden terminar en ataques violentos de cualquier miembro de la familia o en la mejora del desarrollo de la familia. El que suceda el uno o el otro, no depende de las condiciones sociodemográficas, sino de las habilidades de los miembros de la familia para resolver conflictos (Vara, 2000c).

Antes de 1960, mucha gente consideraba la violencia familiar como un fenómeno raro o poco frecuente. Resulta difícil imaginar siglos de historia con casos innumerables sobre violencia familiar "descubierta" recientemente gracias al trabajo de los investigadores y atendida como un grave problema social. En la actualidad, Gelles (1997) considera que la invisibilidad de la violencia familiar se debe a la existencia de mitos y creencias difundidos entre la población.

Han transcurrido 40 años de investigaciones, reconocimiento público y trabajo profesional conjunto para combatir este grave problema social; sin embargo, si se evalúa los logros alcanzados en estas cuatro décadas se observa un énfasis exagerado en las medidas legales y judiciales, mientras las propuestas preventivas, académicas y terapéuticas son relegadas a un segundo plano. ¿Por qué se ha avanzado tan poco en la comprensión del origen y mantenimiento de la violencia familiar, si hoy se cuenta con adelantos importantes en metodología de investigación social?. La respuesta, quizás, se deba a la existencia de mitos y creencias sobre el origen de la violencia familiar, mantenidos de forma inconsciente dentro del círculo de investigadores. A continuación, se revisan, discuten y refutan algunos de ellos.

1.2 Mitos que dificultan a los investigadores la comprensión de la violencia familiar

La violencia familiar es un problema de las personas perturbadas o enfermas: Esta creencia se basa en la información recogida durante las denuncias policiales y los datos clínicos obtenidos de las entrevistas realizadas con las víctimas del abuso. La limitación con este tipo de datos es olvidar que, muchas veces, las denunciantes han atravesado por un ciclo cada vez más intenso de violencia, y con el tiempo la probabilidad de sufrir daño físico se ha incrementado. Es decir, las peleas y gritos iniciales se convirtieron en ataques físicos de gravedad, independientemente de la salud mental de la pareja. Lamentablemente, los medios de comunicación difunden, de forma irresponsable, estos casos "sensacionalistas" haciendo con ellos una generalización tendenciosa. Partiendo de este tipo de datos, algunos investigadores identifican "supuestas" características de la personalidad relacionadas con el agresor físico: depresión, inmadurez, impulsividad, autoritarismo, ansiedad y comportamiento antisocial (Menéndez, 1996; National Research Council, 1993). Sin embargo, pese a la existencia de un pequeño porcentaje de opresores con desórdenes psiquiátricos o relaciones patológicas, la gran mayoría son personas sin alteraciones de personalidad (National Research Council, 1993). Straus proporciona evidencia de ello, cuando encontró que menos del 10% de todos los tipos de violencia familiar en los Estados Unidos son producidos por desórdenes mentales o perturbaciones psicológicas (Straus, 1980).

La violencia familiar es propia de lo pobres o familias de estratos bajos: Muchos científicos sociales creen que la violencia en general, y la violencia familiar en particular, es un problema de las familias pobres, de estrato social bajo y de minorías raciales o étnicas. Esta creencia se basa en la gran cantidad de informes y denuncias de violencia entre las familias pobres. Por ejemplo, según el estudio de Espinoza, el 52.2% de las mujeres entrevistadas en Lima y Callao opinan que la violencia familiar se produce principalmente en los estratos pobres. Resulta interesante la visión de las mujeres de los estratos pobres quienes ven con mayor objetividad la violencia, ubicándola en todos los estratos socioeconómicos y no sólo en el pobre (Espinoza, 2000). Aún sin considerar los pocos recursos económicos disponibles en los estratos bajos, las familias pobres cuentan con un sistema de redes sociales para enfrentar las dificultades. Uno de los elementos de esta red es la comunicación entre los vecinos sobre los problemas propios de cada familia, por lo que se hace cotidiano y "común" hablar sobre violencia y problemas en el hogar. Entonces, no debe extrañar ver frecuentemente un número mayor de denuncias o informes sobre situaciones violentas en las familias pobres, en comparación con la cantidad de denuncias de los estratos medio y alto. Resumiendo, los victimarios y víctimas de la violencia familiar proceden de todos los estratos socioeconómicos y no se puede considerar a los estratos socioeconómicos como causantes de los ciclos violentos (Vara, 2000c).

Los hombres son los únicos que abusan de los niños y las mujeres: A pesar de ser una afirmación poco rigurosa, es la creencia más difundida de todas. Este mito se apoya en las denuncias sentadas en las comisarías de mujeres, publicaciones del PROMUDEH, estudios con enfoque de "género" donde sólo se encuesta a la mujer y se pregunta sobre violencia contra la mujer, etc. En el terreno de la evidencia empírica, existen más de 100 estudios, a nivel mundial, donde se demuestra que las mujeres son tanto o más violentas que los hombres (Fiebert, 1997, 1998; Vara 2000a, 2000b, 2000d, 2000e). En cuanto al abuso infantil, se ha encontrado que las madres y cuidadoras mujeres son las principales agresoras (Moreno, 1999; Vara 2000b, 2000d).

Los niños víctimas de violencia, de adultos también serán violentos: Una vez más, esta creencia se basa en la información obtenida de las denuncias policiales. En ellas se encuentra un gran porcentaje de denunciantes víctimas de maltrato infantil. Por ejemplo, nueve de cada diez madres violentas relataron una historia familiar de abuso (Hunter & Kilstrom, 1979). Aparentemente, el maltrato infantil "causa" la violencia en la adultez, sin embargo, no se puede inferir aquello porque los datos de las denuncias policiales no son representativas de la población. Es decir, existen miles de personas que sufrieron maltrato infantil quienes actualmente no golpean a sus parejas e hijos (Straus, 1986; Gelles, 1997). Los resultados de las encuestas nacionales en Estados Unidos contradicen la hipótesis del abuso infantil como causa de la violencia. En otras palabras, un niño maltratado no necesariamente será un adulto violento. Existen factores que protegen al niño de los efectos del maltrato, por ejemplo el alto nivel intelectual, las habilidades interpersonales, relaciones importantes con personas guías, redes sociales fuera de casa, etc. (National Research Council, 1993).

El abuso de alcohol y drogas es la causa real de la violencia en el hogar: Muchos estudios han encontrado una fuerte asociación entre el consumo de sustancias psicoactivas y la violencia (Fagan, 1990; Gelles, 1974; Gillen, 1946; Guttmacher, 1960; Snell, Rosenwald & Robey, 1964; Wolfgang, 1958). Según el estudio de Espinoza (2000) el 30.4% de las mujeres entrevistadas en Lima y Callao opinan que los agresores consumen habitualmente alcohol y drogas. Sin embargo, a pesar de la creencia generalizada, las sustancias psicoactivas no juegan un rol directo en la violencia, ya que beber y drogarse generalmente se usan como una excusa, socialmente aceptable, para "perder el control" (Gelles, 1993; Straus et al., 1980). Esta afirmación se apoya en la reacción de muchas personas a las sustancias, la cual es producto de las diferencias culturales y no de los patrones fisioquímicos (MacAndrew & Edgerton, 1969). En algunas culturas la gente bebe y se vuelve violenta, en otras se ponen alegres, en otras pasivas, en otras melancólicas, etc. En la mayoría de los casos el abuso de sustancias es consecuencia de la dinámica familiar violenta y prolongada y no una causa de ella (Vara, 2000d, 2000e).

Como se ha visto, al considerar la familia como una instituciones violentas, los investigadores tienden a pensar que la violencia ocurre todo el tiempo. Sin embargo, las situaciones violentas no son muy frecuentes. Como se verá más adelante, la violencia se caracteriza por ser cíclica y de intensidad creciente, mostrando episodios de tensión y ataques, así como episodios de reconciliación y afecto. Antes de describir la dinámica de los conflictos y de la violencia, primero se definirán algunos conceptos claves, tales como: violencia, actos abusivos, ataque físicos.

1.3 ¿Cuándo una acción es violenta?

Uno de los problemas iniciales y más persistentes en el campo de la violencia familiar ha sido desarrollar una definición de violencia y abuso que sea útil, clara, y aceptable. Por ejemplo, los investigadores del abuso de los niños intentaron, durante años, desarrollar una definición aceptable y han encontrado -después de innumerables conferencias, talleres, y publicaciones- tantas definiciones de violencia como estudiosos en el campo (National Research Council, 1993).

Una de las primeras definiciones de maltrato infantil fue usada por el médico C. Henry Kempe y sus colegas (Kempe, Silverman, Steele & Droegemueller, 1962) en el artículo "El síndrome del niño golpeado". Kempe, definió abuso de los niños como una condición clínica, es decir, con diagnóstico médico y síntomas físicos producidos, de forma deliberada, por un ataque físico.

Pese a la popularidad de esta definición, resulta muy limitada al restringir el abuso sólo a los actos de ataque físico generadores de un diagnóstico de daño. Por ejemplo, si una madre toma un arma, dispara contra su hijo y falla, de acuerdo a muchas definiciones de abuso (como la de Kempe) este acto no debe ser considerado abusivo al no haberse producido evidencia de daño físico. Obviamente, se produce un daño cuando una madre le dispara a su hijo, aún cuando falle; sin embargo, según los términos estrictos de esta definición el acto por si mismo no se considera abuso. Por lo tanto, una definición ideal de abuso deberá incluir actos potencialmente dañinos, aun cuando por alguna razón no causaron heridas o lesiones.

Siguiendo esta lógica, El National Center on Child Abuse and Neglect (un organismo del gobierno federal de Estados Unidos establecida en 1974) amplía la definición de abuso al incluir actos no físicos en ella. La definición de abuso de esta institución es:

"El daño físico o mental, abuso sexual, tratamiento negligente, o maltrato de menores de 18 años por la persona que es responsable de su bienestar, en circunstancias donde la salud o bienestar del niño es dañada o amenazada por ella". (Public Law 93-237;42 U.S.C. 5106g)

Según esta definición, el abuso de niños incluye actos de acción y omisión (o actos de negligencia) y actos de ataque que potencialmente son dañinos. Esta definición, algo más exhaustiva que la anterior, produce una serie de limitaciones a la hora de distinguir los actos negligentes o violentos de los actos correctivos o educacionales. Por ejemplo, cuando una madre "le da con la correa" a sus hijos no suele ser considerada violenta o abusiva. Mucha gente considera el "darle con la correa" a los hijos como algo normal, necesario y bueno. Casi el 90% de los padres informan "haberle dado correazos" a sus hijos. Asimismo, uno de cada cuatro hombres y una de cada seis mujeres bajo ciertas condiciones (por ejemplo, infidelidad), cree adecuado para el marido golpear a su esposa o viceversa (Gelles & Straus, 1988; Stark & McEvoy, 1970).

En consecuencia, al momento de definir la violencia algunos investigadores considerarán importante separar los actos "normales de fuerza" de los actos "anormales de daño" o violencia propiamente dicha. Aunque tal separación pueda parecer deseable, distinguir entre actos aceptables y no aceptables solo crea más dificultades de lo que uno puede imaginar. Un problema mayor es: ¿quién decide que actos de violencia son legítimos o ilegítimos? ¿Es "abusivo" pegar a un niño sin dejar huella de daño físico, considerando que "violencia" es pegar a un niño y causar marcas y moretones en alguna parte de su cuerpo?. La decisión ¿debe ser tomada por la persona golpeada, por la persona agresora, por los agentes de control social como la policía, las trabajadoras sociales, los jueces, o debe ser tomada por los científicos sociales?.

Jeanne Giovannoni y Rosina Becerra realizaron un estudio profundo sobre las definiciones de abuso de niños, y encontraron una variación en función de la categoría y la profesión, en la definición de abuso utilizada por los profesionales sociales. Los miembros de la policía, las trabajadoras sociales, los médicos y abogados tienen visiones diferentes sobre el abuso de niños. Además, según el estudio mencionado, la definición de abuso varía según la clase social, raza y el grupo étnico (Giovannoni & Becerra, 1979). Esta diversidad de las definiciones de abuso, visibles de profesión en profesión, hace imposible su comparación.

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